Historia
Un comienzo buscado por los vecinos
En 1954, año Mariano y primero del gobierno de Rojas Pinilla, mientras los efectos de la violencia se vivían en Colombia, abría sus puertas a la comunidad infantil de Campo Valdés y barrios aledaños, el Colegio Alvernia, regentado por la comunidad religiosa de las Hermanas Terciarias Capuchinas. Su apertura, fue el resultado del clamor de muchos padres de familia que le solicitaban a la comunidad abrir un colegio, pues los que ya funcionaban en el sector con carácter religioso, no tenían cupos para la creciente población que demandaba educación de calidad.
Y es que en el sector, conocido hoy como “Los Colegios”, tiene una concentración de tres comunidades, cada una de ellas con sus respectivos centros educativos. Allí funcionan, aparte de Alvernia, Juan Bosco de Salesianas y Lourdes del Santísimo, todos ellos de carácter femenino. Además, cerca, en Aranjuez, la situación es similar.
Y es que esta concentración y convivencia de Comunidades Religiosas y Centros Educativos en lo que hoy corresponde a la Comuna cuatro, se presentó hacia la década de los años 1940, cuando los Barrios Manrique, Aranjuez y Campo Valdés, que habían sido construidos unos veinte años antes, para la creciente población obrera y de empleados ocupados por la dinámica industrialización y el auge comercial de Medellín, se habían consolidado. La estabilidad laboral de estos trabajadores y los salarios comparativamente altos con respecto a otros sectores, posibilitó que pudieran ofrecerles a sus hijos que asistieran a un colegio particular, cuya modalidad estaba casi toda en manos de comunidades religiosas católicas.
El hecho de que también fuera católico, le otorgaba a estas instituciones un atractivo adicional, debido a que las características de buena parte de la población antioqueña, incluida la de Medellín, y gran parte de los trabajadores y empleados, tenían un marcado acento cultural y de convicción por el credo católico y de respeto por la Iglesia como institución, y dentro de ella, por algunas comunidades religiosas. Esto es evidente en la monumentalidad de los templos de estos barrios, que fueron fruto del esfuerzo de sus moradores. Además, dentro de las empresas el papel del capellán era destacado y la orientación de la iglesia se hacía notar en las políticas sociales de los empresarios e, incluso, dominaba buena parte del sindicalismo de la época.
De modo que el comienzo de la hoy Institución Educativa Alvernia, fue la confluencia, por un lado, de la existencia de un sector de la población de la ciudad con buenas condiciones laborales, que tenían una alta valoración de la educación, la que no sólo era concebida como medio para el ascenso social, sino también como de formación para la vida y hasta de prestigio personal, y por otro lado, de la presencia de una comunidad religiosa, las Hermanas Terciarias Capuchinas, que tenía las condiciones para asumir la responsabilidad que le demandaban los padres de familia.
El nacimiento de un colegio
Las Hermanas Terciarias Capuchinas son una comunidad que lleva la tradición y el carisma de San Francisco de Asís, de cuyas comunidades se formaron. Su trayectoria comienza en España en la segunda mitad del siglo XIX como la rama femenina de la Comunidad de los Franciscanos de Luís Amigó y Ferrer, a cuyo fundador se debe su nombre. La comunidad ingresa a Colombia a comienzos del siglo XX por la Guajira, para extenderse por el territorio colombiano, entre ellos a Antioquia. Su carisma es la creación de una familia que profesa una forma de vida evangélica.
Con la experiencia tanto de ellas como de la rama masculina, asumen el reto de abrir el colegio, siguiendo las orientaciones pedagógicas y los carismas franciscanos amigonianos. Las labores se inician con los grupos de enseñanza primaria con carácter femenino. Para ello, la Comunidad trae a la Hermana Joaquina desde Sonsón, que para la época era un municipio que se destacaba por su alto nivel educativo, para que dirigiera el nuevo colegio dada su trayectoria y experiencia en la educación, apoyada por Hermanas de Jericó, Ciudad Bolívar, Medellín y Yarumal. El 12 de Febrero se inician actividades con kínder (mixto) y grupos de primaria de primero a cuarto, y con primero de bachillerato, contando con 100 estudiantes. Las condiciones eran difíciles, faltaban aulas, sillas y recursos para trabajar, sin embargo la fe en Dios y la solidaridad de muchas personas permitieron avanzar y mejorar cada día, posibilitando una mejor calidad educativa.
Dos años después de su fundación, en 1956, la orientación que se le da al colegio es el de normalista, contando con la aprobación de la básica primaria por parte de la Gobernación de Antioquia en 1959. En 1960, ante la oposición de los padres de familia y de los habitantes del sector, se retornó, al año siguiente, al bachillerato académico. Para este momento, ya se tenía todo el ciclo de primaria y tres años de bachillerato. En su décimo aniversario, en 1964, se aprueba la básica secundaria, contando ya con 417 alumnas.
Adaptación a las nuevas realidades
Para la década de los años 1970 y buena parte de la de 1980, se presentan una serie de cambios tanto en la Institución como en el contexto social. En éste último, la ciudad de Medellín presenta una inmigración acelerada, lo que genera, por un lado, la existencia de tugurios en la periferia de la ciudad y hasta en lugares centrales, especialmente a lo largo de la línea férrea y del corredor del río. Por otro lado, se densifica la ciudad construida, y, barrios construidos en las primeras décadas del siglo, comienzan un proceso de lento deterioro, debido, en gran parte a la crisis de la industria antioqueña que se presentó hacia 1975 y que disminuyeron los ingresos, los despidos en las fábricas se hicieron masivos y ya no contrataban, como antes, a los hijos de los trabajadores, introduciendo un elemento de inestabilidad en el empleo y de incertidumbre en las familias. Finalmente, los servicios públicos de la ciudad, especialmente el de aseo, se vieron superados por el desbordamiento del crecimiento urbano. Una de las consecuencias, fue la disposición de basuras en el botadero de Moravia, alrededor del cual se asentó una importante población que vivía del reciclaje y en condiciones habitacionales de tugurio.
Todos estos fenómenos se reflejaron en la dinámica del Colegio Alvernia. En primer lugar, para abrir posibilidades de ocupación a las estudiantes, se abrió en 1975 el área vocacional en las modalidades de comercio y promoción social, de acuerdo con lo estipulado en el Decreto 080 de 1974. Las dificultades socieconómicas que se presentaban en el entorno, dio lugar a que, en 1977, se oficializara el ciclo primario, mientras que el secundario seguía como privado, dado que la rentabilidad para el sostenimiento del establecimiento se dificultaba.
Para el ciclo secundario, el colegio abrió entre 100 y 150 becas de estudio para las alumnas más necesitadas del sector, especialmente del Barrio Moravia, como expresión de la consecuencia de los carismas de la Comunidad de las Hermanas Terciarias Capuchinas. Además, la modalidad de internado desaparece, pero se mantuvieron las iniciativas lúdicas, religiosas y deportivas de alumnas y profesores con tuna, coro y se contaba con el servicio de un sacerdote capellán. Lo anterior indica que el colegio, a pesar de los cambios y de las dificultades, se ha mantenido fiel a su filosofía y principios que le dieron origen, mostrando, además, gran capacidad para la adaptación y el cambio.
Un entorno problemático y una decisión sensata y dolorosa
Los problemas sociales anotados anteriormente se fueron agudizando a finales de la década de los años 1980 y la de 1990, con problemas de desempleo, reducción de los ingresos, pérdida de expectativas y esperanzas de la juventud, descomposición social, pérdida de valores, problemas y vacíos que son llenados por la actividad, el comportamiento y la cultura del narcotráfico, donde la Comuna Nororiental, de la cual hacen parte los barrios de influencia del Colegio Alvernia, fueron bastante afectados.
Es un período bastante doloroso para el sector, para el colegio y para toda la ciudad, del cual poco se quiere hablar, pero que puede resumirse en una palabra: descomposición. Ello dio lugar a que el sector entrara en un franco deterioro y se estigmatizara ante los ojos de la sociedad. Y en todo ello, el Colegio Alvernia era un centro de resistencia ante este paulatino deterioro, conservando en alto los valores que lo vieron nacer y como referente de buena educación entre el sector y en buena parte de la ciudad. Sin embargo, la insostenibilidad económica, llevó a la Comunidad a tomar una dolorosa decisión: la de entregar sus instalaciones y su funcionamiento al sector oficial, pero manteniendo su presencia, de acuerdo con el contrato, de conservar las instancias directivas y una participación de religiosas dentro de la institución, así como la de continuar con los principios y la filosofía que la venían rigiendo.
Una nueva condición dentro de la tradición
La decisión de entregar en convenio el Colegio Alvernia al Estado, se concretó a finales del siglo XX, el 28 de Septiembre de 1999, cuando mediante la resolución 8629 se convirtió en Escuela de Niñas Alvernia mientras que el bachillerato seguía llamándose Colegio Alvernia. Más adelante, en Noviembre de 2002, al colegio se le seguirá denominando Institución Educativa Alvernia, perteneciendo al Núcleo Educativo 917 del Municipio de Medellín.
Este cambio implicó la vinculación de personal docente oficial, todos provenientes de pueblos y casi todas mujeres, como una condición de las Hermanas con el ánimo de buscar personas idóneas y con formación moral. Algunas docentes ya venían laborando en el colegio y buena parte de las Hermanas docentes, así como los cargos de Rectoría y Coordinación, seguía en manos de la Comunidad. Esto hizo que la transición se efectuara minimizando los traumatismos propios de estos cambios.
La transformación de entidad privada a oficial, hizo que el nivel socioeconómico de las alumnas se concentraran en los estratos 1, 2 y 3, además de que los niveles educativos de los padres disminuyeran y la problemática de deterioro sociocultural se comenzara a sentir con más intensidad dentro de las alumnas, aparte de los cambios operados por el gobierno nacional dentro de la legislación, lo que ha ocasionado algunos traumas, especialmente en lo relacionado con el nivel académico.
No obstante, la Institución ha mantenido la tradición, al incorporar en la primera formulación del Plan Educativo Institucional (PEI) los principios de la filosofía y de la pedagogía amigoniana sintetizados en la misión y la visión de la Institución, la cual ha sido recogida y adaptada por el nuevo rector, José Hugo Castaño García, quien escogió la Institución luego de haber superado el Concurso para Directivos Docentes. Él, además, ha contado con la colaboración de la anterior rectora, Hermana Rosita Zuluaga Martínez, quien ha asumido la coordinación del bachillerato.
Hoy los retos son muchos, especialmente en lograr elevar el nivel académico de la Institución sin menoscabo de la formación en valores, para lo cual se vienen diseñando estrategias, programas y acciones acordes con los propósitos de la Ley de Educación y los lineamientos del Ministerio de Educación Nacional y la Secretaría de Educación del Municipio de Medellín.
Por eso, a pesar de la precariedad económica de muchas de sus alumnas, como se expresa en el PEI, éstas “han ido incorporando a su vida los valores del respeto, la solidaridad, la responsabilidad, la justicia el orden y la tenacidad entre otros; así mismo valoran y aman la vida como seres que viven el evangelio y la pedagogía amigoniana. Las dificultades no obstaculizan sus luchas, hacen grandes esfuerzos por salir adelante en una comuna (la nororiental), donde no todo está a su favor. Unos padres de familia que miran la institución como la opción perfecta para hacer de sus hijas mujeres de bien y que confían plenamente en ella. (La institución casi nunca tiene cupos para ofrecer, diferentes a los de preescolar). Unas niñas que ingresan al preescolar ansiosas de crecer y lograr sus anhelos y sueños, así como lo hicieron sus madres y abuelas en la institución; igualmente ilusionadas por destacarse académica y disciplinariamente y alcanzar su grado alverniano”.
No obstante los cambios que se avecinan en este proceso de adaptación, no se quiere dejar de seguir como la institución respetada y querida por los habitantes de su entorno, en donde hoy, muchas de las alumnas, son bisnietas, nietas e hijas de egresadas del “Colegio Alvernia”, y que las nuevas generaciones se sientan orgullosas que su presente se ha forjado dentro de un rico pasado con tradición.